España: Luis y la #vaca compartida

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Hace no sé cuántas generaciones que a nuestros antepasados se les ocurrió lo de la vaca de todos.
El mío es un pueblo pequeño. Pero ahí estamos. En mi pueblo hay de todo: pastos, bosques, páramo, río y, claro, la montaña. Muchas montañas. Pero lo más importante es la vaca. Tenemos una vaca sensacional, entre otras cosas porque da mucha leche. Es a la vez fuente de riqueza y nexo de unión de los vecinos. Porque la vaca es de todos. Hace no sé cuántas generaciones que a nuestros antepasados se les ocurrió lo de la vaca de todos. No siempre fue así. Unas veces la vaca era más de unos, otras veces más de otros.
Cada uno tiene en el pueblo su función. Luis, que es el alcalde, se encarga de que todos disfruten de los beneficios de la vaca. La familia de Mario es la dueña del cobertizo. Ellos limpian la vaca con esmero y dedicación, casi me atrevería a decir que con veneración, desde generaciones. La familia de Juanjo es la dueña de los prados. La vaca pasta en ellos y se ve que disfruta, pues verde y jugosa es su hierba. La familia de Pedro es la dueña de la lechería. Ellos ordeñan y reparten la leche. La familia de Manolo es la dueña de la carnicería. Y así hasta casi una veintena de familias.
Un día Juanjo, buscando en el sótano unas tijeras de podar, se encontró unos papeles de su bisabuelo. Eran su diario. Allí se enteró, de que la familia de Mario y la de Luis, en aquellos tiempos ni se lavaban ni sabían leer o escribir. Se enteró de lo que pensaba su bisabuelo: quería retirar al pueblo los derechos de explotación del praderío, porque, que leñe, los prados eran suyos. Como no tenía papeles de propiedad, tuvo que limitarse a dejarlo todo en su diario. Juanjo se quedó muy pensativo y triste. Papeles de propiedad no tengo yo tampoco, pensó, y hace 43 años que renové el contrato con el pueblo. Pero que diantres, se dijo: los prados son míos, y sin los prados la vaca no come, y si la vaca no come, los otros tampoco. Así que ideó un plan: el pueblo me reconoce la propiedad exclusiva de los praderíos, me paga un canon por usarlos con la vaca y me saca de él a todas las gallinas (las gallinas en mi pueblo andan todas por donde les parece, sean de quien sean, picotean, sestean y ponen huevos. De toda la vida, vaya) que no sean las mías. Y si no aceptan el plan, les vallo los prados y punto.
En los pueblos estas cosas no se pueden guardar mucho tiempo en secreto, ya se sabe. Total, que Juanmari se lo contó a Pérez, éste a Pepe, y así hasta que todo el mundo se enteró. Qué escándalo se preparó. Las mujeres en la tienda, los paisanos en el bar, todos hablaban de lo mismo: ¡Juanjo nos quiere cerrar el prado! En estas, en medio de dimes y diretes, nos enteramos que Pedro tenían un plan parecido. ¡La leche! Se convocó junta vecinal y acudieron todos. Juanjo, embutido en su traje de domingo (los otros también) tomó la palabra y defendió su plan. Se acordó de su bisabuelo, les recordó a todos lo bien que se porta en las charlas del bar, pero les dijo que o le devolvían los prados, o los vallaba. Luis le dijo que no, que eso no era posible, pero que habría que discutir del tema, porque después de todo, Juanjo y su familia habían cuidado siempre muy bien de los pastizales. Mario, de pura rabia, casi no quería decir nada. Al final se animó y les dijo a todos que aquello no podía ser, que no estábamos discutiendo de prados sino de la vaca. Y que la vaca era de todos.
Fue entonces cuando a Luis se le ocurrió lo de la vaca compartida. En lugar de hablar de la vaca de todos, dijo, hablemos de la vaca compartida; así reconoceremos los derechos de cada uno. Aplausos. Mario protestó, pero los otros eran mayoría.
Llegó el primer día después de la firma de los nuevos contratos. Mario sacó la vaca del cobertizo, la limpió y la llevó a los pastos de Juanjo. A medio día Juanjo llamó por teléfono a Luis y le dijo: o me aumentas la cuota de leche y carne, o la vaca no sale del prado. Luis aumentó la cuota. Llevaron la vaca a la lechería y Pedro llamó a Luis y le dijo: o me aumentas la cuota de leche y carne, o aquí no ordeña nadie. Luis aumentó la cuota.
Enterado del tema (la tía Luisa se lo contó a Juaquina, y ésta a ….) Manolo llamó a Luis y le dijo: o me aumentas la cuota de leche y carne, o no despiezo ni un ternero más. Total, que a los tres días, como por arte de magia, la mayoría de las gentes del pueblo sólo disponían de la mitad de la leche y la carne habituales. Y a los tres meses, las casas de Juanjo, la de Pedro, la de Manolo y alguna más mostraban balcones nuevos y ventanales reformados. Las otras amenazaban ruina. Se lió una de padre y muy señor mío. Mario, en protesta, sólo limpiaba los cuartos delanteros de la vaca, por lo que los vecinos del pueblo de al lado, al ver una vaca tan sucia (“igual está enferma y nos contagia al animal”, dijeron) llevaron el toro a otro pueblo. Se acabó la carne.
Escribo esto en el bar de David. Ahora hay 19 bares en el pueblo. Todos muertos de risa y arruinados. Pero qué diantres. Dónde se ha visto un pueblo tan pistonudo, con 19 bares y 19 cines y 19 tiendas. Nadie ha visto nunca nada igual. Eso sí, llevamos sin comer carne seis meses. A la vaca tanto trajín tampoco le ha sentado bien, está pachucha, y lo peor es que cuando se muera ésta, como no quedan terneros, pues ya no va a haber otra. Ni la de todos, ni la compartida.

Radio Intereconomía

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Así lo expresó Domingo Possetto, secretario de la seccional Rafaela, quien además, afirmó que a los productores «habitualmente los ignoran los gobiernos». Además, reconoció la labor de los empresarios de las firmas locales y aseguró que están «esperanzados» con la negociación entre SanCor y Adecoagro.

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