El sector lácteo gallego, en horas críticas

Los ganaderos gallegos y las industrias lácteas atraviesan otra vez por una situación muy delicada. Los precios de la leche en origen no dejan de caer.
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Los ganaderos gallegos y las industrias lácteas atraviesan otra vez por una situación muy delicada. Los precios de la leche en origen no dejan de caer.
Esto hace insostenible la actividad ganadera, en particular en Galicia, con los más bajos no solo de España, sino de toda Europa, pese a poner en el mercado casi la mitad de la producción de todo el país. La todavía excesiva atomización del sector, con explotaciones dispersas y numerosas dificultades para emprender concentraciones parcelarias, tampoco ayuda a competir. Los excedentes de producción son cada vez mayores y carecen de demanda. Miles de toneladas de leche en polvo están almacenadas en las fábricas. Ni cuando el mercado estaba regulado, con las cuotas lácteas, ni ahora con su completa liberalización desde hace un año, las cosas parecen tener remedio. En el sector cunde la desesperanza.
Solo entre octubre del pasado año y este mes de enero echaron el cierre en Galicia un total de 159 explotaciones lácteas, lo que supone una media de diez a la semana. Este abandono se produjo pese al acuerdo suscrito hace apenas seis meses por el Ministerio de Agricultura para tratar de poner freno a una crisis de precios en origen, que no bastan a los ganaderos para cubrir los costes de producción. Lejos de dar una salida a más de 3.500 granjas al borde de la quiebra en la comunidad, el nivel de asfixia del sector se agrava.
Los problemas de la leche siguen siendo ahora los mismos que hace treinta años, cuando España ingresó en la Unión Europea. Una producción en el conjunto de la UE muy superior a la demanda. Un reparto muy desigual de la misma, con países altamente excedentarios y otros que ni siquiera llegan a cubrir las necesidades internas, como España. Y una política agraria determinada por los intereses de las grandes corporaciones lácteas, que no son precisamente españolas sino del centro y el Norte del continente, con influencia decisiva. Como los socios comunitarios y las autoridades de la Unión nunca quisieron ir al fondo del asunto, el sector se deteriora sin remisión.
En España falta leche, pero en Europa sobra. La producción ya rebasaba con creces las necesidades de los europeos hace décadas. En el último año, en vez de reducirse, creció de manera disparatada. Lo sigue haciendo. Los ganaderos más poderosos quisieron mantener intactos sus beneficios y, anticipándose a una caída generaliza de precios, reaccionaron multiplicando el rendimiento de sus cabañas para compensar posibles mermas. La consecuencia fue la contraria: una espiral bajista por abundancia de oferta que no toca suelo. Los ganaderos reciben hasta un 20% menos por cada litro. Esta caótica situación está llena de absurdas paradojas. La leche española apenas cubre el 70% de las necesidades del país. El otro 30% hay que importarlo. Y quienes más entregas venían realizando antes, los productores holandeses, irlandeses, alemanes, luxemburgueses y británicos, son encima los responsables de los mayores incrementos y del abaratamiento desde la abolición de las cuotas. Nadie les cortó las alas. La cabaña española fue ninguneada en los tratos para el ingreso en la UE en favor de la huerta y los cítricos. Primero las ganaderías no pudieron crecer para facilitar que el exceso de leche europea encontrara aquí acomodo. Y en los próximos meses, si un milagro no lo remedia, muchas explotaciones serán sacrificadas en silencio, por inanición, para que los mismos de siempre sigan pudiendo dar salida en nuestro país a sus stocks desmesurados.
Con cuotas y si ellas, los grandes damnificados por las nefastas estrategias nacionales, regionales y europeas son los ganaderos gallegos, el eslabón más débil de la cadena. Cada año ven disminuir su renta. Los abandonos no cesan. Mientras estuvieron en vigor las restricciones, fueron obligados a modernizar sus cuadras y a invertir fuertes sumas en la adquisición de derechos de producción. Ahora que se terminaron, comprueban con estupor el fiasco. Cerraron los ojos, no quisieron ver lo que les venía encima. Han desembolsado un capital por un bien, los cupos de ordeño, que ya no vale nada. Son expulsados del mercado porque no pueden rivalizar en costes, salvo unos pocos privilegiados en unas condiciones muy determinadas: con vacas selectas y establos próximos a las lecherías para minimizar transportes. Por si fuera poco castigo, quedan hipotecados hasta las cejas. En un mercado dopado por los controles, las industrias iban tirando. Ahora, con la liberalización, tiemblan. Las centrales están padeciendo una grave acumulación de sobrantes de leche en polvo como consecuencia de la mayor competencia y del frenazo en seco de la demanda de China y los países emergentes. La crisis dinamitó unas perspectivas demasiado optimistas de exportaciones. Tal es el desconcierto que quienes antes clamaban contra la existencia de mecanismos que coartaban el emprendimiento individual, como las cuotas, ahora abogan por retroceder a algún tipo de fórmula parecida que imponga orden. Las empresas también dejan patente su dependencia del envasado líquido, sin más, y su incapacidad de colocar productos transformados.
Lo descorazonador es la falta de respuestas a esta crisis desde todos los ámbitos. La Comisión Europea da palos de ciego. Al principio intentó lavarse las manos: sálvese quien pueda. Al comprobar la dimensión de la tragedia piensa en ayudas. Otro parche. El Ministerio de Agricultura, en funciones, no planta batalla. Un alto cargo aseveró que cada cual debe adaptar su volumen de ordeños a la demanda del momento, como si las vacas fueran máquinas regulables. Todavía no hace mucho Xunta y Gobierno central se repartían culpas a la hora de rendir cuentas sobre su gestión. Mientras la Consellería de Medio Rural le apretaba las tuercas a Madrid, desde el ministerio se instaba al Gobierno gallego a hacer más para proteger y equiparar a sus ganaderos con los de otras comunidades mejor pagados. Otorgar subvenciones, el remedio para casi todo cuando faltan ideas, es una suerte perversa de caridad agraria, no de política fructífera. Los subsidios convierten a las administraciones en redes clientelares en las que cada uno defiende su mamandurria. El campo gallego tiene futuro. Pero para rescatarlo hay que creer en su potencial y trabajar en serio.Y seguimos sin hacer lo suficiente para que así sea.
http://www.farodevigo.es

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Así lo expresó Domingo Possetto, secretario de la seccional Rafaela, quien además, afirmó que a los productores «habitualmente los ignoran los gobiernos». Además, reconoció la labor de los empresarios de las firmas locales y aseguró que están «esperanzados» con la negociación entre SanCor y Adecoagro.

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