Leche para dos, dijo Gardel

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Hasta el patio del internado llegó el repiqueteo del carro sobre las piedras.
-¡El lechero!
El niño que lidiaba con su catecismo a la sombra del emparrado detuvo el lápiz en el aire. Entre la calle del primer patio y la galería de arcos encalados del segundo mediaba un gran trecho, pero Ceferino era ágil. Y había algo que anhelaba, un deseo insólito en el piadoso colegio salesiano, y quizá también digno de penitencia, pero lo añoraba tanto.

Echó a correr como un gamo y se topó con el distribuidor del tambo que vaciaba uno de los tarros, con las piernas abiertas y la gorra azul encasquetada hasta las orejas. Observó que otro alumno había sido más rápido que él y degustaba a sorbos la cremosa leche en un jarrito de estaño. Al percibir su presencia, el adelantado se giró con aire de muchacho grande y le dirigió una mirada de simpatía.
-Sos el principito -le dijo.

Ceferino no supo si aquella observación olía a cachada, tan común entre los alumnos porteños, y asintió con mansedumbre.
-Soy hijo de Namuncurá.
-Ajá, te reconocí por.-y cuando el joven pampa ya aguardaba un comentario cruel sobre el color de su piel o acerca de cuánto le costaba adaptarse, el bebedor de leche prosiguió con un guiño: …porque estamos juntos en el coro.
Hizo enseguida una seña al lechero, que se enderezaba y secaba sus manos rojas en el mandil:
-Otra para mi amigo. ¡Que sean dos!
Así, Ceferino bebió sin ganas un vaso de leche espumosa y tibia que le cubrió el labio, mientras el condiscípulo lo contemplaba divertido.
-Gracias.
-¡Qué va! ¿Cómo te llamás?
-Ceferino me dicen.
-Yo soy Carlos. Gardés mi apellido. Me parece que nos pusieron juntos en el dormitorio. Vos no roncarás, ¿no?
Se echaron a reír los dos, desanudadas las diferencias.
Aquel muchacho era menor que él, pero sus ademanes y su gallardía lo tornaban adulto en apariencia. Ceferino era bajo para su edad, y la parsimonia de sus movimientos lo hacían parecer infantil, así como la candidez de sus ojos negros.
Se quedó mirando el caballo de la jardinera con anhelo.
¡Si su amigo supiera lo que él deseaba! Mucho más que un sorbo robado a los tarros.
Mientras Carlos le indicaba con gesto cómplice que huyeran antes de que los descubriesen, Ceferino siguió un impulso y montó al animal con destreza.
-¡Eh! -reclamó el conductor del carro.
-Un ratito nomás, ya vuelvo y se lo traigo.
Al trote bordeó la calle donde la maleza le disputaba sitio al empedrado, y al galope corto dio la vuelta completa al Pío Nono, hasta que se le cortó la respiración.
Estaba feliz. Aunque su ferviente deseo era estudiar para enseñar a su gente cuando fuese «leído», extrañaba el humo de la leña suspendido en el aire frío y los sauces del valle en las hondonadas. El desierto fue su cuna. Volvería cuando pudiera ser útil a su raza. Era una promesa hecha entre el cielo y la tierra.
Desmontó de un salto y entregó las riendas.
-Gracias -dijo, por segunda vez.
El lechero se rascó bajo la boina y meneando la cabeza partió en su carro, asombrado de la picardía de los alumnos salesianos.
-¡La pucha! -exclamó Gardés admirado-. Entremos, que esto queda entre nosotros.
Y mientras lo decía, rodeaba con su brazo los hombros del príncipe del desierto.
 

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Así lo expresó Domingo Possetto, secretario de la seccional Rafaela, quien además, afirmó que a los productores «habitualmente los ignoran los gobiernos». Además, reconoció la labor de los empresarios de las firmas locales y aseguró que están «esperanzados» con la negociación entre SanCor y Adecoagro.

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