La situación de los pequeños y medianos productores es de ahogo porque está lesionada su rentabilidad y encima esa economía de escala humana no tiene estímulos positivos por parte del Estado.
Y entre esos pequeños y medianos productores la situación de los tamberos es una de las peores, pese a que el litro de leche en las góndolas exhibe precios muy beneficiosos para las usinas lácteas y los grandes grupos. Es la cadena de labor la que debería atenderse, dado que los intermediarios ganan más que los productores.
No es casual que por estas horas, la Federación Agraria Argentina (FAA), haya denunciado que existe un cuarenta por ciento menos de tamberos que hace una década.
En la actualidad a un tambero le pagan con suerte y viento a favor 2,10 pesos por litro de leche, cuando en rigor debería estar por lo menos a 4,50 pesos, de acuerdo a los cálculos conservadores de los agrarios federados.
Por eso los tamberos están casi en situación de quebranto, dado que ni siquiera alcanzan a salvar los costos.
Primero se resigna rentabilidad, luego no se alcanza a cubrir los costos y así muchos pequeños y medianos tamberos terminan endeudados y finalmente deben cerrar sus tambos. Esto es lo que está ocurriendo.
¿Cuántos tamberos son 40 por ciento menos en diez años? La respuesta también la ofrece la Federación Agraria: son aproximadamente ocho mil tamberos. Y otro dato comparativo: en América Latina, Argentina es el país que menos ha crecido en esta actividad.
En Entre Ríos la situación es desesperante y además se le debe computar otro dato negativo: hace más de un año que ninguna autoridad recibe a los tamberos entrerrianos. Ni siquiera logran tener el más mínimo diálogo con los funcionarios provinciales. Una barbaridad por donde se lo analice.
En pleno siglo XXI, en la era de las comunicaciones, nadie podrá luego sorprenderse cómo surgen los conflictos, porque muchas veces nacen justamente por la falta del más elemental diálogo entre los sectores.
Los productores ya han advertido con claridad que la situación de la lechería no se sostiene más, y entre las causas de esa realidad señalan los bajos precios que reciben por parte de las industrias y las usinas lácteas y en segundo orden por el aumento de los tributos.
Actualmente en el mejor de los casos, los tamberos reciben 2,10 pesos por litro de leche, pero para salvar tan sólo los costos deberían estar a tres pesos. Esa diferencia de noventa centavos por litros es la que está provocando los cierres de los tambos. Ni siquiera se habla de ganancia o de crecimiento, sino tan sólo de salvar los más elementales costos. Y para males, los impuestos este mes ya le llegan con aumentos siderales.
Las industrias saben que el tambero no puede parar, como lo haría cualquier trabajador que depende de sus salarios. Porque cuando un tambero para y no entrega leche, deja de vivir. Y encima se trata de un producto que es imposible de guardar. Y si deja de ordeñar, lesiona a su capital que son las vacas.
Así como el gobierno estableció precios máximos para las góndolas, debería establecer un precio mínimo para los productores.
Hay que ver esto en contexto, porque al reclamo de mejorar el precio del litro de la leche, el productor padece los efectos de la inflación. Y se sabe que el productor es el último eslabón de la cadena en recibir las bondades del modelo, agravados porque no son formadores de precios.
En los últimos diez años, los tamberos no pudieron gozar de ninguna rentabilidad que les permitiera planificar su sector. Es más, son más los tambos que han cerrado que los que se han abierto. ¿Hasta cuándo se podrá seguir así? ¿Y cuál es el sentido que se produzca menos?
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