Disponer de datos sobre los cambios en el patrón alimentario de la población y sobre las diferencias según los ingresos del hogar ayuda a comprender la compleja realidad de nuestro país en este tema.
En las últimas dos décadas, cambió en forma considerable la alimentación en el hogar de los argentinos.
Los datos muestran que el consumo de frutas y verduras disminuyó en el período, y se alejó de las recomendaciones de la OMS, que no son tenidas en cuenta ni siquiera en los hogares de mayores ingresos; y lo mismo ocurre para los lácteos.
Los argentinos consumimos el doble de bebidas con azúcar (gaseosas, jugos y aguas saborizadas) que hace 17 años, con un aumento de cuatro veces en los hogares de menores ingresos en apenas dos décadas.
Las comidas listas para consumir en el hogar (pizzas, empanadas, sándwiches, tartas) también aumentaron cuatro veces.
Esta tendencia refleja una diferente manera de comprar, de preparar y de consumir los alimentos, muy probablemente asociada a los cambios en el estilo de vida, en la oferta de alimentos y en el tiempo dedicado a la preparación de las comidas.
La modificación en la estructura de la dieta atraviesa a todo el entramado social en diferente medida.
A la vez, a nuestra alimentación le falta diversidad: muy pocos productos aportan la mayor proporción de la energía de la dieta.
Todo esto no es inocuo. La pérdida de calidad nutricional de la mesa argentina que se observa en las últimas dos décadas puede tener importantes consecuencias en la salud de la población y en el aumento del riesgo de enfermedades crónicas –obesidad, enfermedad cardiovascular, hipertensión, diabetes, cáncer–, que son las responsables de la mayor carga de enfermedad y muerte en nuestra población.
*Investigadora del Cesni