La leche, contrariamente a lo que algunos puedan pensar, no la producen los estantes de grandes superficies y supermercados. 
También es erróneo suponer que surge de forma espontánea dentro de unos paquetes de cartón que algunos llaman tetra brik. Estos envases fueron inventados por una empresa sueca en 1963, cuando la humanidad ya llevaba siglos consumiéndola. La leche la dan unos bichos extraños para la mayoría de los habitantes de una ciudad: las vacas. Antes no existían la semidesnatada ni la desnatada. Tampoco se la enriquecía con calcio, omega 3, isoflavonas y otros elementos propios de la alquimia con los que se nos ofrecen la salud eterna y la belleza sin esfuerzo.
Décadas atrás, la leche no era sometida a procesos de uperización o esterilización para lograr que se mantenga inalterada durante semanas en nuestra despensa. Eso sí, a costa de una ligera –dicen– variación en su sabor. Antaño se ordeñaba, se vendía y se consumía prácticamente en el día. Los palmesanos tenían dos formas de recibir el suministro. La primera era acudir a una lechería. En una guía comercial de 1935 se cuentan 25 en Palma. Alguna tiene un nombre tan llamativo como la Suiza, de la calle Minyones. La Sociedad Cooperativa de Ganaderos tenía cinco expendedurías abiertas en la capital.
La otra forma de conseguir la leche fresca era a través de los productores que distribuían el líquido casa por casa. Su fama, probablemente merecida, era que adulteraban la leche para mejorar sus beneficios. La historia que sigue puede ser una leyenda urbana, en cualquier caso quien la narraba ya en su vejez era uno de esos repartidores que con sus carros y sus lecheras recorrían las calles de la capital. Un día llegó a la puerta de uno de los clientes habituales y señoriales del casco antiguo. La criada salió al encuentro del proveedor con una jarra en cada mano y habló con la seriedad de quien ha recibido la encomienda de transmitir un mensaje importante: «M´ha dit la senyora que avui poseu la llet a una gerra i l´aigua a l´altra».
Se non è vero,è ben trovato.
Joan Riera riera.diariodemallorca@epi.es
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