El 2016 se transformó en uno de los peores años de la historia para la lechería , una de las actividades más importantes de Santa Fe. Mercado, diálogo y políticas necesarias para recomponer una actividad insustituible.
Federico Aguer
faguer@ellitoral.com
Arrancamos el 2016 con un informe central sobre la crisis de la lechería. Por esos días, el flamante presidente Macri anunciaba un plan por unos $ 1.600 millones para la producción, ya que los tamberos venían cobrando desde hacía meses un precio que no alcanzaba a cubrir los costos. La ayuda mantuvo la criticada metodología del gobierno anterior, y el subsidio tampoco alcanzó para resolver el problema de fondo: 40 centavos por litro por los primeros 3.000, producidos en enero, febrero y marzo. Por esta medida, el Estado desembolsó uno $ 600 millones. En Venado Tuerto, el subsecretario de Lechería también anunciaba que iba a concretar una mesa de trabajo con todos los eslabones de la cadena, un hecho inédito que ilusionó a muchos. Pero cuando lentamente todo parecía remontar, el fenómeno de las lluvias de abril (y las nubes de mayo), asestaron el golpe fatal.
A lo largo de todo el año, en varios informes y notas especiales destacamos la gran incidencia de la actividad para Santa Fe, y cómo su gradual retroceso fue implicando distintos grados de crisis en el interior provincial.
Esta cadena “trófica” (según el colega Ezequiel Tambornini), siguió dejando a los productores librados a su suerte, y el Estado Nacional tampoco generó las herramientas extraordinarias para mitigar la crisis del mismo tenor que atravesó el sector.
El advenimiento del diálogo, el acercamiento de los ámbitos público y privado, el SIGLEA, el Observatorio de la Cadena, fueron -sin dudas- elementos superadores. Pero la falta de institucionalidad del mercado lácteo, la precariedad que subsiste en las obsoletas metodologías de “entrega” de la materia prima, y la falta de cohesión del sector primario, constituyen elementos estructurales a mejorar en 2017.
Antes a los problemas se los ocultaba, a las cifras se las “dibujaba”, y a las crisis se las negaba, tapándolas con discursos y épica. Ahora volvieron las cifras oficiales (que duelen), pero que permiten cuantificar la realidad. Aunque aquella promesa de Sammartino de enero sigue esperando concretarse.
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