En los últimos años, la ganadería viene viviendo un proceso de profundos cambios en sus modelos productivos. Una parte de la explicación a esto se puede encontrar en la presión de la agricultura por el costo de oportunidad de la tierra.
En este contexto, los forrajes conservados, silos de maíz, sorgo, alfalfa, verdeos de invierno, heno y, especialmente, los megafardos, son pilares fundamentales en el proceso de intensificación sobre todo para la lechería.
Intensificar no significa sólo encerrar animales sino también manejar el pasto y las reservas en forma eficiente. Así como en su momento el boyero eléctrico junto con el pastoreo mecánico permitió un mejor uso del forraje, en la actualidad las reservas en base a silos y heno son necesarias para lograr altas cargas y producciones individuales.
A pesar de la buena y ficticia relación del maíz versus un litro de leche, la rentabilidad futura pasará por producir un kilo de materia seca en base a una reserva de calidad. La tecnología actual inunda el mercado con maquinarias y elementos para compartir el «ojímetro» y ser eficientes en conservación de lo producido en el campo.
En la Argentina, la calidad de los silos es una cuenta pendiente y la responsabilidad no es sólo del contratista. El cliente tiene que estar capacitado para acompañar también el proceso del ensilado.
A todo esto, para lograr calidad en un silo se recomienda: a) en la cosecha, aprovechar el momento óptimo de la planta relacionado con la digestibilidad y la calidad de proteína/energía; b) el pisado es fundamental para el proceso de fermentación y calidad posterior, acompañado por inoculante, y c) hay que hacer un tapado inmediato luego de terminado el silo con cubierta plástica y, de ser posible, poner dos gomas por metro cuadrado para evitar el flameado por el viento que significa presencia de oxígeno..
Por Julio Godoy
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