Fonterra volvió a bajar, esta vez un 2% en promedio y la leche en polvo entera se estacionó en U$S 2.655 muy lejos de un precio de equilibrio que haga sustentable el negocio.
La lechería argentina está mal, y la devaluación puede ayudar a la larga, pero para eso se necesita un precio internacional que acompañe, algo que por ahora no pasa, y no se ve que vaya a mejorar en un futuro cercano.
Este dato achica más el brete coyuntural, un mercado interno deprimido, una industria a la que le tiemblan las piernas, vacas que van al matadero y productores que ven cada día mejores alternativas al tambo.
Se hace difícil, y lo que más cuesta es superar el desánimo de que el horizonte de la rentabilidad se corre día a día. A comienzo de 2018 lo imaginábamos para mayo, luego lo corrimos a la primavera, hoy nadie se anima a decir que llegará a fin de año.
Está claro que la coyuntura actual no hace más que obligar a cada actor a mirar hacia adentro, no hay indicadores reales de que pueda aparecer algún tipo de ayuda externa. Patalear, putear, protestar puede servir de catarsis, pero no va a mejorar el mal momento.
Esta crisis va a obligar por las malas a mejorar la eficiencia de cada eslabón, el que no lo haga quedará fuera del negocio, y ni aún así se puede garantizar la sobrevivencia de todos los que hagan bien las cosas, ay demasiadas variables negativas rondando, por lo que cualquier resbalón se puede convertir en caída.