El mensaje del tambero en la montaña

Pocos saben que uno de los sobrevivientes de los Andes fue tambero toda su vida.
Share on twitter
Share on facebook
Share on linkedin
Share on whatsapp
Share on email

Pocos saben que uno de los sobrevivientes de los Andes fue tambero toda su vida.
En diálogo con Campolitoral rescató el aprendizaje de aquella terrible experiencia para sobreponerse a la actual crisis de la lechería. Instó a dejar de buscar culpables y de esperar ayudas, alentando a que -como ellos en la montaña- los productores sean quienes decidan su propio destino.
La vida debe ser valorada en todas sus expresiones y en toda su pluridimensionalidad. Todas las condiciones humanas deben ser valoradas en la medida en que éstas promuevan y coadyuven a la vida en toda la plenitud, que suscite a la condición humana a superarse a sí misma.
Hanna Arendt, La Condición Humana.
José Luis “Coche” Inciarte, Ingeniero Agrónomo ya jubilado, expuso esta semana su conmovedora historia ante un auditorio de más de 400 tamberos, a manera de cierre del Programa de Desarrollo Tecnológico de Sancor. Su exposición, dirigida al campo, bien podría trasladarse a toda la sociedad por la profundidad de un mensaje que apunta a la esencia del espíritu humano. Y evoca los sucesos de fines de 1972, cuando un avión con un grupo de amigos a bordo, cayó en la Cordillera de los Andes, evento del que -ante la sorpresa del mundo- sobrevivieron 16 personas.
La charla comenzó con un video donde habla la montaña, quien se pregunta: ¿Quiénes eran, de dónde venían, qué extraña circunstancia los obligó a atravesarme? No lo sé. Esta es la historia transcurrida en mis dominios, más allá de ellos no existe en mi memoria. Al mirarme, nada dijeron, pero en el silencio se acuñó el comienzo de un reproche. Por primera vez, entendía la crueldad de mi destino. Esperaban, día tras día, miraban el cielo aferrándose a una esperanza que se desvanecía en cada atardecer. Luego empezaron a aceptar mis reglas, habían comenzado a hacerse fuertes. Y algo en mí creyó que algún día podrían abandonarme. Lo que los mantenía con vida era la idea de salir, de escaparse de mí. Hasta aquella mañana en la que salieron a vencerme. Tardaron tres días en alcanzar la primera cima y durante 10 días sus cuerpos resecos caminaron lo imposible. Del otro lado del arroyo vieron a un hombre y le gritaron, pero el ruido del torrente no les permitió escucharse. Le escribieron un mensaje y el hombre lo recogió. No sé si al leerlo comprendió la magnitud de esas palabras, pero para mi, testigo de sus padecimientos, tenían el significado de la salida.
“Cada cual vive su propia cordillera, la nuestra no es peor que la de los otros”, arranca diciendo “Coche” a Campolitoral, quien explica que es Ingeniero Agrónomo, y durante 35 años y 35 días fue productor de leche y director de la industria más grande de Uruguay, Conaprole. “Vengo a dar testimonio. No soy ningún catedrático, solo tengo una experiencia para compartir de esos 72 días allá arriba y compararlo con lo que llamamos crisis, aquí en la tierra, por culpa de las lluvias o de los malos momentos. Yo a las crisis las veo como oportunidades, para dejar la actividad o para reconvertirse. Pero sin esperar que alguien haga algo por ti o por tu familia, porque nadie lo hará mejor que tú”. Según Inciarte, a nivel empresa agropecuaria, esto se logra dejándose asesorar por los que más saben, y esperando el futuro con esperanza, ya que siempre que hubo crisis se pasaron y se superaron. Y esta parece estar pasando. “Tenemos que esperar de los demás que hagan las cosas que deben hacer, como la infraestructura necesaria para que toda esa agua se vaya, para eso se les paga buenos sueldos. Y todo parece indicar que para el año que viene el precio de la leche va a superar a los costos”, se entusiasma.
Asumir el destino
“Coche” continúa con el relato: “hasta que no escuchamos la noticia que se suspendía la búsqueda, no caímos en la cuenta que estábamos solos. Le echábamos la culpa a todo lo exterior y alguien se debía ocupar de mí. Y en el campo muchas veces esperamos que la ayuda venga del Gobierno o de alguien, ya que yo no soy culpable de la inundación ni de los precios. Y nosotros cuando escuchamos que no nos rescatarían, la tomamos como una buena noticia, porque inmediatamente nos pusimos a trabajar para salvarnos nosotros mismos”.
También realizó una alegoría con el campo, al sostener que los productores deben empezar a hacer las cosas de forma correcta, ser concientes de la realidad y elegir el camino correcto. “Porque todos sabemos cuál es el camino correcto, y si no llegamos a saberlo hay técnicos que nos van a asesorar; pero debemos resolver nosotros mismos si vamos a seguir produciendo o no, cómo ser más eficientes, o dejar el rubro y reconvertirnos en otra cosa. Porque si querés seguir siendo lechero hay que reconvertirse y ser más eficiente, sino es más trabajo. Estos eventos de capacitación sirven para que los productores vean si aprendieron algo y si lo llevaron a la práctica. Para que la cosa cambie tengo que hacer cosas diferentes y no siempre lo mismo”, sostuvo con contundencia. Inciarte hace hincapié en que la suya se trata de una extraordinaria historia vivida por gente común y corriente. “Yo me caí dentro de un avión y sobreviví”.
La tragedia
En su relato, Inciarte relata con tono pausado la cronología de un hecho conmocionante. Que comenzó como un viaje de amigos, hasta que en pleno vuelo, el grito del piloto al maquinista “dame potencia!” luego de dos pozos de aire que hicieron rugir los motores y el crepitar del fuselaje, los alertó sobre lo que vendría. “El avión se puso vertical, nos miramos aterrados, y una gran explosión, seguida por el silencio y el viento que entra y unos panzazos del avión. Y uno va metido ahí abajo con la cabeza entre las piernas empapado en combustible. Y pensé en aquellas rocas negras de los picos cordilleranos, y que seguramente nos chocaríamos contra una de ellas. Pero no chocamos, sino que el fuselaje partido clavó abruptamente la trompa y los asientos se desprendieron y se fueron para adelante por la inercia, que hizo que todo se estrelle contra la pared de la cabina del piloto, seguido por un silencio total. Y los gemidos, llantos y pedidos de auxilio que uno no quería ni escuchar. Y de un ambiente climatizado estábamos de golpe en esa pared llena de cuerpos. Yo quería huir, y al darme vuelta veo que atrás mío no había más avión. Salgo y veo un compañero que venía bajando el cerro corriendo y que es devorado por la nieve, y al querer rescatarlo quedamos enterrados también hasta la cintura”.
Pero la impotencia de querer dejar de escuchar los quejidos y lamentos se transformó en voluntad de ayudar. “Tuvimos que tomar el toro por las astas y ver qué hacer con lo que te pasa. ¿Y que íbamos a hacer? Con nuestras manos ayudar a los heridos y con el don de la palabra acompañarlos, como si su pena fuese propia. Y se hizo de noche, abruptamente. No ves nada por horas que parecen siglos. Yo no me había hecho nada. El frío era tremendo, y tuvimos que golpearnos toda la noche para entrar en calor con Roberto Canesa y nuestro calor no mantuvo vivos en los menos 40ºC de afuera”.
El milagro
A la mañana siguiente hicieron el inventario. Había 29 vivos de los cuales 24 estaban sanos, y eso era una especie de milagro. “Amanecimos ese sábado 14 de octubre tapando el boquete para que no entre el frío. Pero sentíamos que no éramos los responsables de esto, y por eso esperábamos que alguien nos venga a buscar, con esa idea que siempre hay que echarle la culpa a otro. Nuestros culpables eran los pilotos, pero estaban los dos muertos”, recuerda.
También describe que de a poco fabricaron agua con nieve derretida, pero las rocas indicaban que no había vida vegetal ni animal, era un lugar yermo, donde la vida no existe “y habíamos invadido sin querer”. Ese domingo pasó un avión y movió las alas, por lo que creyeron que los habían visto. Y se comieron las pocas reservas de alimento que tenían.
Pero no. Por la radio “El espectador” de Montevideo, escucharon lo que no querían escuchar: habían abandonado la búsqueda. “Al escuchar eso nos impresionó tanto la indignación que nos den por muertos, que nos sentimos solos, pero para no morir decidimos defender la vida. Porque ese derecho impone el deber de defenderla. Llevábamos 6 días sin comer. Y para hacerlo, debíamos alimentarnos de los cuerpos de nuestros amigos muertos, que yacían sin alma, a nuestro lado. Era eso o la muerte, cuya alternativa consideré varias veces. Y hablando con nuestros amigos el tema se fue consensuando. Esa fue nuestra primera elección en mucho tiempo: vamos a salir de acá por nuestros medios. Algún día, cuando se pueda, porque por ahora la nieve nos enterraba hasta la cintura”, explica. “Hicimos una asamblea donde se debatió de moral, legal, nutricional, teológico y filosófico. Pero no había otra, nadie quería morirse. Y fui partícipe de un pacto entre hombres que fue lo más grande que me pasó en la vida, donde nos prometimos que quienes mueran iban a dar su cuerpo para que los otros sigan viviendo: un enorme gesto de amor y entrega en el comportamiento humano”.
Pero entre decidir hacerlo y llevarlo a la práctica hay un abismo, un esfuerzo inconmensurable de la mente para controlar al cuerpo. “Me llevó hasta 6 días poder hacerlo. Pero esa comunión nos salvó, en todo el término de la palabra”.
El alud y la misión
“Coche” destaca que venían padeciendo un sufrimiento físico, psíquico y moral desgastante. “Nos sentíamos humillados, teníamos bronca contra Dios. Creíamos que no se podía estar peor. Pero el 29 de octubre el factor suerte me abraza nuevamente, al cambiar lugares para dormir con el capitán. Esa noche, siento un ruido como una tropilla de caballos que se nos viene encima, y otra gran explosión. Y toneladas de nieve que nos tapan en un segundo. Se nos metió adentro del avión y al consolidarse la nieve en hielo no nos podíamos mover. Fueron ocho los que no pudieron salir más; entre ellos, quien me había cambiado de lugar. Después de tres días pudimos hacer un túnel y salir a otro escenario: todo estaba cubierto e nieve, como nuevo, para empezar otra vida. Y al salir de esa trampa oscura, por primera vez en mi vida sentí la presencia de Dios, que se expresaba a través de nuestros compañeros y que nos dio algo de paz. Era 1 de noviembre, y comenzamos a diseñar un proyecto que nos permitiera seguir vivos”.
Los sobrevivientes analizaron para qué lado salir, si para Argentina o Chile. Y como para este último lado había más poblados, se decidió el Oeste. Parrado, Canesa y Vicentín fueron los elegidos para la hazaña. Y un 11 de diciembre, la muerte de otro de los compañeros los decidió a iniciar la marcha. “Yo ya había decidido abandonarme a la muerte, pero resistía”, viéndolos por tres días ascender aquella montaña infinita. “Y anoté en una libretita las cosas que haría si llegaba a sobrevivir: me casaría con mi novia, me iría a vivir al tambo luego de recibirme de agrónomo, tendría hijos. Inclusive llegué a ser abuelo”, explica.
Después de 10 días escucharon por esa pequeña radio la mejor noticia de todas: Parrado y Canesa habían logrado lo imposible, y finalmente serían rescatados. “Nos peinamos, nos lavamos y vestimos con nuestra ropa original, porque en seguida al saber que volvíamos al mundo volvió el sentido de la propiedad”, rememora.
Y en poco tiempo, un par de helicópteros llegaron rugiendo, “se bajaron dos tipos y me tiraron adentro, ya estaba tan débil que no podía caminar”, dice el hombre que pesaba 45 kilos. Los helicópteros no tenían mucha sustentación por la enorme altitud en la que forzaron su vuelo, así que el rescate constituyó otra hazaña en sí misma.
Ayudar la suerte
Según “Coche” a la suerte hay que ayudarla un poquito. “Hay que tener mucha suerte en la vida, con la fecha de siembra, el clima, los cultivos, etc. pero también es cierto que cuanto más trabajo, más suerte tengo”.
Lo único que los inspiraba era volver a la familia, a los amigos, nada importaba más que eso. “Nunca el dolor que sentí por perderlos superó la alegría de haberlos conocido. Reivindicamos a la vida, el coraje, la pasión, el amor, el orgullo; así como la piedad, la misericordia, y sobre todo el amor. Cada cual vive su propia cordillera, la nuestra no es peor que la de los otros”, repite “Coche”, y pide que -como ellos- los productores agropecuarios dejen de esperar la ayuda de otros, y salgan a escalar sus propias montañas.
Al cierre de su disertación, con el Ave María de fondo, vuelve a hablar la montaña: Antes que llegaran, mi voz era el infinito eco del silencio, era la brisa tenaz venciendo las alturas, era un derrame de nieve en tiempos de deshielo. Ahora, otro sonido se desplaza por el valle. Otra voz retumba entre los picos, es la memoria eterna como el hielo. Inquebrantable como el frío, que perdura en mí como una marca, como un legado de ese grupo de hombres que me ha dejado parte de sus vidas a cambio que nunca los olvide.
Federico Aguer
faguer@ellitoral.com
http://www.ellitoral.com/index.php/diarios/2016/09/03/laregion/REG-01.html

Mirá También

Así lo expresó Domingo Possetto, secretario de la seccional Rafaela, quien además, afirmó que a los productores «habitualmente los ignoran los gobiernos». Además, reconoció la labor de los empresarios de las firmas locales y aseguró que están «esperanzados» con la negociación entre SanCor y Adecoagro.

Te puede interesar

Notas
Relacionadas