Los más ricos: de España, Ortega, dueño de Zara; de EE.UU. hasta su muerte, Walton, dueño de Walmart, y de Chile, Paulmann, dueño de Jumbo, Disco e Easy; todos vienen del retail. Con suerte diferente, el equivalente argentino es Coto, quien junto con Pagani, de Arcor, y Mastellone, de La Serenísima, es uno de los pocos empresarios nacidos en Argentina que sobrevivieron.
—En las jornadas de supermercadismo usted y Horst Paulmann fueron los principales expositores. Me gustaría tomarlos de ejemplo para hacer paralelismos de la economía y el consumo en Argentina con el resto de Sudamérica. ¿Qué puntos en común ve?
—El paralelismo de Horst Paulmann es bueno porque se ha iniciado en Chile y ha venido a la Argentina.
—El padre de Paulmann se instaló primero en Argentina, en 1948. Y dos años después decidió mudarse con toda su familia a Chile. Paulmann es hoy el hombre más rico de Chile. Si se hubiera quedado en Argentina, ¿podría haber logrado lo mismo?
—Cuando él estaba con sus centros comerciales, nosotros teníamos toda la operación de carnicerías integradas. Estábamos en otra escala, y en otra forma. Entramos en el supermercadismo recién en 1987. Ahí vimos que había un mercado ávido, que había que desarrollarlo. Hacíamos viajes a Europa o a Estados Unidos porque teníamos que ver qué había en el mundo desarrollado para traerlo acá. Yo me fui dando cuenta de que si los americanos y los europeos traían acá su propuesta comercial, no íbamos a poder competir. La tecnología acá no jugaba. Nos juntábamos varios supermercadistas argentinos y algunos decían: “¿A qué van a venir a la Argentina, tan lejos? Es imposible”. Y yo decía: “Creo que tenemos que estar preparados por si vienen”.
—Carrefour vino poco antes de que asumiera Alfonsín.
—En 1982 puso el primer mercado. Junto con Paulmann. Más o menos, se embarcaron en la misma época, pero muy tibiamente. Ahí empezamos a entender que si esa propuesta comercial venía, íbamos a tener problemas. ¿Por qué no vendrían? Porque teníamos hiperinflación, no teníamos moneda. No había base de proyección para las grandes cadenas internacionales. Así que todo siguió igual: nosotros fuimos desarrollándonos de a poquito. Y 1992, convertibilidad mediante, viene la estabilización de la moneda. Al tener un dólar, un peso, empezamos a ver el desembarco de las grandes cadenas de supermercados. Lo bueno fue que nos dimos cuenta de que esos grandes operadores harían un mercado como el que tenían en Estados Unidos o en Europa: grande, fuerte.
—¿Paulmann ya lo había experimentado en Chile, donde la inflación se controló una década antes?
—Exacto. Pero yo quiero contar mi propia experiencia. Nosotros estábamos acostumbrados a trabajar con inflación. Cuando vienen las grandes cadenas internacionales con su know-how nos dimos cuenta de que teníamos que superarnos, y aprender la verdad del negocio. Empezamos a ver los otros mercados, y a evolucionar con la propuesta comercial.
—¿Vinieron cadenas de supermercados de Chile y no de Brasil, donde había más capital, porque en Brasil padecían inflación igual que nosotros, mientras que en Chile no?
—Están los casos de Walmart y la cadena Libertad que vinieron de Brasil.
—Pero no son brasileras.
—Sí. Horst Paulmann es el único empresario chileno que invirtió en grandes proporciones acá, con su gran hipermercado, que puso primero uno en Lugano, y después hizo el Unicenter.
—¿Hay un Coto brasileño?
—No.
—¿La aversión a la inflación fue de las cadenas europeas y norteamericanas?
—Las grandes empresas internacionales de las que estamos hablando, no Jumbo, vieron una oportunidad de negocios con el uno a uno.
—Inflación y costo del capital van de la mano. Es difícil el crédito a largo plazo con mucha inflación. Chile, al salir de la inflación primero, pudo tener acceso al crédito antes que sus vecinos.
—Eso es verdad. En el caso de Jumbo, ya cotiza en las bolsas del mundo porque pudieron… Justamente, la conferencia de Paulmann es sobre cómo pudo, después de la Argentina, salir a otros países. Evidentemente, tiene la base de operaciones en Chile, donde la estabilidad fue muy anterior a la nuestra. Nosotros tuvimos una estabilidad que se terminó en el 2001, y a los que estábamos jugando acá, evidentemente, nos dejó mal.
—Al eliminar la inflación una década antes, Chile pudo acceder al crédito al 3% por año, mientras que las empresas brasileñas y las empresas argentinas pagaban…
—Fortunas.
—Riesgo país de 10% más.
—Sí.
—Entonces, la clave de Paulmann es haber estado en el país en el que se accedía al crédito.
—Exacto.
—No sólo Coto, sino la mayoría de las empresas argentinas, nunca cruzaron sus fronteras. ¿Se podría decir que en la Argentina hubo tantas crisis económicas que los empresarios tuvieron que dedicar todos sus recursos a sobrevivir en su propio país?
—En esa época, nosotros éramos una empresa de avanzada que calificábamos con los más altos estándares. A tal punto que habíamos conseguido un crédito, en el año 2000, de 175 millones de pesos-dólares convertibles. Eso nos dio la oportunidad de poder competir con quien fuera, sea nacional o internacional, porque estábamos fondeados en una moneda estable. Cuando vino el crack en 2001 se rompe la convertibilidad y desde el Estado nos dijeron: “Ustedes ahora deben en dólares”. Y la discusión era cómo íbamos a deber en dólares si yo tomé una moneda convertible. Sí, pero el dinero se había pedido en el exterior, y de esa forma quedamos con una deuda en dólares y una venta en pesos. Eso hizo que nuestra carrera, donde veníamos compitiendo muy bien con los grandes retails del mundo, se nos acortara.
—Otro ejemplo es la TV en Brasil: Globo es veinte veces mayor que cualquier canal argentino porque siempre fue una empresa privada. Aquí se reprivatizó la TV recién en 1990, Telefe o El Trece llevan décadas de atraso respecto de las brasileñas o mexicanas como Globo o Televisa.
—Una vez, en un reportaje, dije que yo era el Sam Walton del subdesarrollo. ¿Por qué? Porque al cambiarnos la moneda, y las reglas de juego permanentemente, en la Argentina es cómo ser empresario y no morir en el intento. Cuando esa deuda nos quedó en dólares y seguíamos vendiendo en pesos, prácticamente, quedamos en default técnico. A pesar de que le pagamos a todo el mundo, fuimos renegociando la deuda para poder salir de este golpe, no pudimos salir a la bolsa, no pudimos tener todos los recursos técnicos que se hacen en empresas de la magnitud de la nuestra. En estos últimos años, nos fue muy bien, tengo que decirlo. El poder adquisitivo se fue acomodando. Pero seguimos pagando esa deuda en dólares del año 2001, todavía nos falta un pedacito. Fue un regalito del Estado. Algunos empresarios vendieron. Recuerdo que Fortabat en las reuniones que hacíamos los empresarios, decía: “Yo esto no lo puedo mantener. Debo 494 millones de dólares. ¿Cómo hago si ya la construcción se paró?”
—Allí, también vendió Perez Companc.
—También vendió. Decíamos: “¿Ahora qué hacemos?”. Y a lo mejor no lo supimos resolver en los años 2000, 2001, cuando colapsó el sistema empresario. Muchos tuvieron la suerte de poder salir.
—De vender antes.
—Sí. Otros, como en el caso mío, dijimos: “A matar o morir”. Hay que ser obstinado también cuando uno cree que hace bien las cosas. Y bueno, se fue dando eso. Es un país complicado: en una economía permanentemente cambiante, no hay base para poder desarrollarse. Por eso somos una compañía de familia. No tenemos accionistas porque no hemos podido. No es que no lo hayamos querido.
—¿El concepto de hipermercado en Sudamérica lo desarrolló Paulmann en 1976 cuando inauguró Jumbo?
—No es su invento para nada. Es un desarrollo que se fue haciendo desde mucho tiempo atrás. Viene de antes de los ’70. Estaban Harrod’s, Gath & Chaves. No estaba, a lo mejor, el concepto del hipermercado donde se venden más alimentos, pero el concepto de la gran tienda ya estaba desde hacía muchísimos años.
—Paulmann está construyendo en Santiago, una ciudad caracterizada por edificios medianos debido a los terremotos, el edificio más alto de América latina, que mide 300 metros de altura y se recorta sobre todo el resto. Algo similar en la Argentina, ¿habría sido considerado un acto de ostentación?, ¿habría merecido críticas? ¿O habría sido fuente de orgullo, como pasa con muchos en Chile?
—Yo creo que el empresario es un hacedor. Le van pasando los años y, a veces, la pregunta que nos hace la familia es ¿por qué seguís? Seguimos porque nos gusta lo que hacemos. Entonces, hacer algo que sobresalga es algo bueno, que yo creo que el público, la gente común, valora. Cuando estamos en una conferencia, lo primero que decimos es: “Somos generadores de empleo. Somos los que más invertimos”. El sector supermercadista es el que más invierte, ya sea nacional o internacional. Además de estar pagando muchos impuestos estamos generando empleo, ideas y evolucionando la propuesta comercial para seducir a los clientes. Siempre les digo a mis colegas: “A ustedes los quiero mucho, pero a las empresas que representan no, porque compiten conmigo”. Los muchachos de las otras compañías (N. del R.: casi todas extranjeras) me preguntan: “¿Qué es Argentina?”. Y les contesto que la Argentina tuvo un ciclo económico que se ha salteado un poco, pero da oportunidades. O sea que les daba ánimo a mis colegas. ¿Por qué? Porque creo que la competencia es lo mejor que puede tener un país. Competir es hacer cada vez cosas mejores, de mayor envergadura. Y eso va generando un aparato productivo, como en el caso de Chile, como ese megaemprendimiento, o como lo que hacemos acá, por ejemplo el Tortugas Mall. Ese desafío de decir que acá en la Argentina se puede; para los empresarios que ya tenemos unos años y una larga trayectoria es una satisfacción. Si nos globalizamos desde Argentina, ¿tendremos una moneda como para poder hacer todo esto? ¿Seremos castigados en la bolsa si salimos por ser argentinos? ¿Es riesgo argentino lo que tenemos? Todas esas preguntas, los empresarios nos las hacemos. Y yo, a las grandes cadenas internacionales, les digo: “Compitan y compitamos”. Creo que lo mejor que nos puede pasar es que se siga invirtiendo en la Argentina.
—Paulmann es la persona más rica de Chile, y la persona más rica de Estados Unidos fue hasta su muerte el dueño de la cadena Walmart, Sam Walton, quien fundó su empresa en la misma época que usted, en 1962. Las personas que tienen supermercados son los más ricos de Estados Unidos y de Chile. ¿Por qué usted no es el más rico de la Argentina? ¿Es más rentable ser supermercadista fuera de la Argentina?
—Por eso le dije cómo ser empresario en Argentina y no morir en el intento. La inestabilidad económica que hemos sufrido en estos 42 años, en los cuales yo fui parte, hace que no pueda uno avanzar en las megaideas y en las propuestas comerciales como quisiera. Entonces, se viene haciendo el efecto “tango”: a medida que van tocando, vamos bailando.
—Tanto Walton como Paulmann crecieron con capital de terceros, con créditos y abriendo capital en la bolsa. ¿Nuestra historia de inestabilidad impide que las empresas puedan crecer con la magnitud en que lo hacen fuera de Argentina?
—Exactamente. Sería muy bueno que fueran así las empresas internacionales argentinas. Pero tienen que pasar unos años de estabilidad. Hay muy buen poder adquisitivo ahora, se está vendiendo muy bien. Pero tenemos también ciertas inestabilidades que hace que no podamos, como empresarios argentinos, salir al exterior. El riesgo país de la Argentina está mal calificado, porque es un país riquísimo. ¿Riesgo argentino? ¿Un país que ahora tiene todo el alimento? Somos segundos o terceros en el mundo de alimentos, al que le podemos dar valor agregado. Es un país al que hay que tenerle confianza.
—¿Las calificadora de riesgo nos califica mal?
—No sabe lo que hacen. Si esta pampa húmeda, esta cantidad de millones y millones de toneladas que vendemos de cereal, sin hacer nada, sembrando nada más, y no teniendo las fábricas para ser un país agroindustrial… Me parece que se está subestimando lo que puede ser la Argentina.
—¿Cómo es la rentabilidad de los supermercados en la Argentina y en el resto del mundo?
—Al haber una gran competencia los precios se regulan solos. No le puede agregar valor porque siempre va a haber competencia, a nivel nacional e internacional, donde tenemos que llegar con el producto lo más barato posible.
—La tasa de rentabilidad de Walmart en EE.UU., ¿es similar a la de Argentina?
—Creo que estamos con una rentabilidad baja. Tenemos un potencial de venta que hace que no sea lo que nos gustaría, pero estamos en un número racional.
—¿Por qué la mayoría de los empresarios argentinos vendieron sus empresas y los brasileños no?
—Ese es todo un tema filosófico. En 1994, los colegas, al venir las grandes compañías del extranjero, decían: “Mirá, Alfredo, vienen los grandes jugadores, hay que retirarse”. ¿Por qué? ¿No se puede competir? Sí, podemos competir. “Vamos a darle pelea”. Teníamos ofertas millonarias por todos lados. Me reuní con mi familia y les dije: “¿Vamos para adelante o no vamos para adelante?”. “Vamos para adelante”. Y esa propuesta comercial prosperó. Nuestra compañía tiene algo muy importante: un gerenciamiento. Es un grupo de gente que fue formado y que se puso a la altura de las grandes compañías. Pero ahí va el punto suyo: ¿por qué no salimos a otro país? Simplemente, porque se acabó la convertibilidad, que era algo que no funcionaba. Del Tortugas Mall compré el terreno en 1997. El del shopping que estamos haciendo en Neuquén, se compró en 1998. O sea que todo ese capital y la visión hacia adelante la teníamos. Pero en el medio nos cambiaron las preguntas. Y esto fue justamente lo que un empresario nacional tuvo que empezar a decir: ¿qué me está pasando? Entonces, muchos inteligentes, tengo que decirlo así, vendieron y andan por ahí jugando al golf. Se cruzan conmigo y me dicen: “Y Alfredo, ¿cómo te va?”. Yo me siento fuerte, me siento bien, y a ellos los veo como que se les vinieron los años encima porque no tienen el desafío. Pero yendo a la verdadera historia y no al humor, creo que estamos en un gran país. Tenemos un país magnífico. No debemos tener tanta crispación y tratar, entre todos, que nos valoremos unos a otros. El empresario tiene que ser valorado. Hay empresarios que se han ido en buena hora, porque no podían aguantar. También otros que se han quedado y están fundidos. Y empresarios, como en el caso nuestro, que nos hemos quedado porque hay un management muy bueno que ha podido llevar adelante esta empresa.
—Antes del 2002, ¿rechazó una oferta de Walmart de 1.200 millones de dólares?
—No me gusta hablar de cifras, pero por ahí anduvo. Yo pasé de ser un estadista a ser un tonto, para no decir otra palabra. Incluso mi señora, que es mi socia, dice: “Pero si vos estabas en esta posición y ahora estás en esta otra… Yo te tenía por estadista”. Le digo: “Bueno, las cosas no salieron tan bien, pero yo confío en la Argentina y nos hemos levantado después de tantos años”. Y eso es una satisfacción que no se la puede sacar nadie a la familia Coto. Recuerde que es una familia que empezó con una carnicería y ha formando esto, a la altura de…. Yo le debo mucho al país.
—De estadista en los 90 a tonto en 2002. —Sí. Me dicen otra palabra, pero bueno… (“boludo”, dice en voz baja).
—¿Y hoy, diez años después?
—Hoy me llaman estadista de vuelta. Dicen que yo tenía razón.
—¿Por no haber vendido?
—Que no había que vender. Que había que lucharla, que no hay que entregarse. Es un país que alimenta al mundo. Hay 1.300 o 1.400 mil millones de chinos, 1.000 millones de indios. Todos van consumiendo cada vez más.
—En su ramo vendieron todos: Norte, Disco, Tía, Libertad.
—Se fueron todos, sí. Algunos supermercadistas chiquitos quedan, pero muy pocos.
—En muchas actividades hubo ventas, pero ¿por qué en su actividad, salvo ustedes, todos vendieron?
—Tenga en cuenta que los que se fondeaban en otras partes –puso el ejemplo de Paulmann–,0 bancos chilenos o de Europa, pudieron aguantar. Yo era una presa fácil. Lo mío fue una obstinación, porque era más negocio vender que quedarse. Recuerde que es mano de obra intensiva lo que tiene la cadena de supermercados. Y todos los meses hay que saber que se tiene una responsabilidad sobre las espaldas.
—Al ser un negocio mano de obra intensivo y capital intensivo, con un alto volumen en facturación y un margen muy pequeño, ¿cuando hay bruscas alteraciones económicas es muy difícil resistir?
—Nosotros tenemos un sistema de administración muy férreo, donde esas pequeñas cositas hacen, a lo mejor, la diferencia. Y esa pequeña diferencia es lo que nos hace sobresalir del resto.
—Retail es igual a detalle.
—Sí.
—Cada vez hay menos dueños de empresas argentinas. Pagani, de Arcor, y Mastellone, de La Serenísima, son de las pocas excepciones junto con usted; además de Rocca y Rattazzi, pero que son nacidos en Italia. Casi no quedan empresarios argentinos de gran envergadura. ¿Es una consecuencia de 2002 o de un cambio generacional?, ¿están por aparecer otros?
—Van a venir nuevas generaciones con nuevas ideas, Calculo que la industrialización de la Argentina va a generar valor…
—¿Que no hayan quedado empresarios importantes es una metáfora del fracaso económico de la Argentina en los últimos cincuenta años?
—Dos veces se lo dije: cómo ser empresario en la Argentina y no morir en el intento. Si le tengo que explicar todo lo que me pasó durante todo este tiempo, es terrible, hasta 2008. ¿Otra vez? ¿Cómo nos vamos a dar la piña en 2008? ¿Qué tenemos que ver? Ah, bueno, porque hay un contexto internacional que también nos afecta porque Europa también está en crisis, Estados Unidos viene…
—¿Hay también un factor social que impulsa la venta de las empresas porque ser empresario en Argentina es poco prestigioso?
—No lo diría así. Hoy se está dando en la gente como una crispación, que no sabe lo que le pasa. Yo vengo de España, y no veo la crispación que hay acá, a pesar de que la gente allí no está bien. La mayoría gana 900 euros. No es la gran plata, tengo parientes ahí que están bastante justitos. Pero no los veo con la crispación que veo acá. A lo mejor esa crispación es la energía que tiene que tener la gente porque quiere ir para adelante. Pero tenemos que bajar un cambio y ser más considerados, tanto de un lado como del otro.
—En España hay otro caso similar al de Sam Walton, Paulmann o Coto, que es Ortega, el dueño de Zara, el hombre más rico de España. Zara es la mayor empresa de toda España: 55 mil millones de euros en la Bolsa, superando incluso a Telefónica.
—El dueño de Zara es gallego, empieza con diseños que se los hacía a El Corte Inglés y otras tiendas y, poco a poco, fue poniendo sus tiendas, sus grandes tiendas, y evolucionando. Siempre hizo lo mismo. Confeccionaba, trabajaba. Evolucionó y tuvo suerte en una España que también crecía.
—Keynes decía que la gente iba a trabajar tres días por semana porque los robots reemplazarían la mayoría de las tareas industriales. Y que gran parte de los puestos de trabajo iban a quedar en las empresas de servicios. Pareciera confirmarse cuando la empresa más grande de Estados Unidos, Chile o España es un retail, Walmart, Jumbo o Zara, y no más una petrolera, fábrica de autos o un fabricante de acero.
—No lo creo así. Hay un cambio, de los 90 para adelante, que llamamos la globalización. Cuando se produjo, cada país empezó a hacer lo que mejor sabía. Ahí vino el surgimiento de China, de India y de un montón de países. Esa globalización hizo que también la tecnología ayudara al confort del ser humano. No veo una persona que no tenga un televisor, más grande o más chico, de acuerdo a su situación económica. O un confort. Todo eso hay que fabricarlo.
—Pero parece que venderlos es más negocio.
—Mis padres, que son gallegos, cuando compraron la heladera, una Siam Di Tella argentina, era una cosa como que venía el barrio a ver la heladera. Cuando vino el primer televisor, lo mismo. Ahora, ¿creíamos que eso iba a generar tanto trabajo? ¿Tanto cambio de tecnología y se iba a generar todo esto que se llama el mundo del futuro? Y este desarrollo se hizo en estos veinte años. Los que estamos en retail aprovechamos, vimos la oportunidad de que la gente cada vez pedía más. Les dimos 12 cuotas para que pudieran comprar, como los bancos. Y vino todo un progreso que se vivió de esa forma.
—¿Tener éxito genera una sospecha en la sociedad?
—No lo creo así.
—En su caso, en los 90 lo acusaron de ser testaferro de Menem.
—Sí. Una vez, en el ’94, me dice un amigo: “¿Vos tenés algo que ver con Menem?”. “No tengo nada que ver.” “¿Pero no es tu socio?” “¿Sabés una cosa? Me gustaría y, si me recibiera, se lo propondría.” Lo que estaba buscando yo era un capitalista. Y mi padre, que vino de España, estuvo trabajando muchos años con otro gallego en el mercado de Retiro. Tendría yo 18 años. “¿Cómo estás, gallego?”, le pregunta. “Y acá estoy, como cuando vine de España.” “¿Y qué estás buscando?” “Un socio con plata y que trabaje.” “¿Lo conseguiste?” “No.” Así que siguió la historia.
—Usted fue el primero que en la convención de Idea que presidió a fines de 2005 pronosticó una inflación creciente. ¿Cómo ve la inflación a siete años de aquello?
—La inflación de alguna manera está, no lo podemos negar, pero se va manteniendo. Yo prefiero esa inflación, siempre controlada y yendo hacia abajo, de a poquito, porque una inflación no se para de golpe. No estoy de acuerdo con los que dicen que una inflación se para sacando recursos y parando el sistema. Si no, no estaríamos hablando de Keynes. Una inflación se para de a poquito. Pero es mejor una inflación con poder adquisitivo, aunque esa inflación de alguna manera embroma el aparato productivo. No hacer un golpe inmediato de que no haya un ajuste de sueldos, por ejemplo, donde la gente sigue consumiendo. Lo que veo en España es que no hay inflación. Vi precios más baratos. Pero en el IVA, del 18% se fueron al 21%. Y algunos impuestos más que les han puesto, sin aumentarles los valores. De manera que tenemos ahí un problema. Están haciendo un gran ajuste por el déficit. Y ese ajuste hace que España no se levante. De los dos males, ¿cuál prefiero? Hoy, porque voy mutando a medida que los tiempos van cambiando, prefiero un poco de inflación, que se vaya ajustando, pero que no se paren de golpe esos incentivos, esas paritarias que a veces son un poco complicadas. Tampoco irse a los extremos y no estar tan crispados. A mí, lo único que me preocupa es por qué veo a la gente tan crispada, porque no se está tan mal acá. Bueno, sí, habrá gente que está mal, pero no se está tan mal. Yo veo al país mejor que antes. Y veo el mundo mejor que antes para la Argentina. Me dicen: “Alfredo, vos sos optimista”. Sí, soy optimista con el país que tengo. A lo mejor, yo no lo voy a gozar ya, pero sí mis hijos y mis nietos. Por eso digo que hay que bajar un poco los decibeles de la crispación, tenemos que saber hablarnos un poquito más. Los empresarios estamos para ser consultados. A lo mejor podemos aportar algo.
—Cuando usted pronosticó una inflación del 12% para 2006, no se equivocó. Hoy es el doble. ¿Hoy le preocupa menos el doble de inflación por el contexto internacional que vivimos?
—Sí, porque el contexto internacional es lo que me hace reflexionar. El 12% es una barbaridad, pero yo creo que es preferible la Argentina hoy y no España, donde se ve una recesión que la está provocando el mismo ajuste fiscal. Nosotros, los argentinos, somos precursores de todo y siempre avanzamos sobre los demás. Somos innatos para los líos, pero también para ver las cosas antes, porque esto que está pasando en España nos pasó hace 11 años a nosotros.
—Cuando hizo aquel pronóstico de inflación en Idea, Néstor Kirchner lo atacó duramente. ¿Usted fue el primer gran empresario castigado públicamente?
—Sí, lo recuerdo bien. Estaba con el CEO de la compañía. Dijimos: “No puede ser que un empresario sea juzgado acá. Esto hay que ir a hablarlo”. Pedimos la cita, y me la dio para el otro día. Así como lo cuento. Entonces, dijimos: “Le vamos a decir esto, le vamos a decir lo otro, le vamos decir de todo”. Nos dimos una máquina bárbara, porque somos empresarios nacionales, mirá si nos va a decir eso. Cuando íbamos subiendo a la Casa de Gobierno y estaban los soldaditos que se ponen firmes cuando uno pasa, empezamos a reflexionar: “Mirá, pará, cómo le vamos a decir esto, cómo le vamos a decir lo otro”. Entramos. “Hola, ¿cómo le va, Coto? ¿Cómo le va, Vivanco? Tomen asiento. ¿Qué les pasa?” “Presidente, estamos acá un poco asombrados.” “No se hagan problema, eso es política.” Eso fue lo que puedo decir ahora, total, tengo años en esto. Cuando salimos, me toman los periodistas, abajo. Me dicen: “Señor Coto, ¿qué pasó ahí arriba? ¿Qué pasó?”. “Entre dos personas de carácter, nos vamos a poner de acuerdo”, dije. ¿Qué les podía decir? O sea que lo tomé con humor, seguí trabajando, empujé y acá estamos, dando guerra.
—¿Qué siente hoy al ver la reacción del oficialismo ante la crítica de Rocca?
—Me da mucha pena. Creo que se tienen que reunir. Puede haber críticas o puntos de vista diferentes, y esto no le hace bien a nadie.
—¿El ataque que usted recibió en 2005 les dio miedo a todos los demás empresarios y se “guardaron”?
—No lo sé. Corre por cuenta de todos los empresarios. Lo que digo es que el juego de la política es el arte de lo posible. Y en la política creo que vamos a tener que usar más el arte de lo posible. Hay que encontrar ese camino. No es ver las cosas desde un punto de vista o del otro, sino que tenemos que entender que los que vienen atrás tienen que vivir mejor. El arte de la política tiene que funcionar bien, como los empresarios tenemos que generar empleo y estar en la pelea todos los días. Generación de empleo y buenas políticas. Discutir vamos a discutir siempre. Descendemos de italianos, de españoles, somos un poco fogosos. Hay que sacar esa crispación, y entonces vamos a ir muy bien.
—A partir de aquel episodio, usted participó cada vez menos de las organizaciones empresarias. ¿Le quedó un sabor amargo porque lo dejaron solo? ¿Sintió que nadie lo acompañó o que no fueron solidarios?
—Sí. Fue un poco como que “el problema no es conmigo”. Y no, no me acompañaron en ese momento. Pero no era porque era una forma de ver la política o una forma de ver un modelo porque, en definitiva, ¿nosotros qué modelo somos? Somos parte de lo que es el país. Pero sí, me sentí bastante solo porque no podía armar la mesa principal de Idea de esa época. Nadie quería estar en la mesa con el presidente de Idea, que tuve el honor… Recuerde que vengo de ser carnicero. No tengo formación secundaria ni terciaria. Estudié mucho, por supuesto, pero para mí era un orgullo. Y no me acompañaron. Entonces, dije: “Yo no creo que sea bueno esto. El debate tiene que estar, y las cosas verlas desde distintos punto de vista”. No me sentí acompañado, pero, bueno, somos un poco así: en ésta no me meto porque puedo tener problemas.
—¿Se siente representado como empresario por dirigentes como De Mendiguren o Cornide?
—Sí, ellos hacen su trabajo. He estado con De Mendiguren. Hace su trabajo. A lo mejor tiene el tiempo. A veces los empresarios no ocupamos el lugar, puede ser mi caso, porque estamos en el día a día, mirando cómo evoluciona nuestra compañía, y a lo mejor nos olvidamos un poco de que también tenemos que estar en las cámaras, discutir algunos temas porque el mundo cambió.
—Pero usted fue fundador de AEA. ¿A qué atribuye su vaciamiento?
—Hay varios que están.
—Hay varios que se han borrado.
—No, están ahí. Miran, discuten qué puede pasar. Nada del otro mundo. Es una conversación como la que tenemos, que algunos están de acuerdo, están más acá, el otro está más allá. Lo único que tenemos que tener es un buen diálogo y convencer de que del diálogo va a estar todo.
—¿No le preocupa que ningún empresario presida las organizaciones que los agrupan, ni en AEA quedó un empresario al frente?
—Sí, pero será durante un tiempo. Deje que pase el tiempo y después le cuento. Y hay un montón de gente. Algunos piensan de una manera, otros piensan de otra. No hay que pensar igual. Un día esto se va a estabilizar, no sé, a lo mejor la generación que viene, y vamos a ir a Chile en lugar de que los de Chile vengan para acá. A un partido que tiene revancha no hay que tenerle miedo.
—¿Cree que en algo el tema de AEA y la relación con los empresarios, incluso con Rocca, contamina la pelea del Gobierno y Clarín?
—No. Ese es un problema que se tiene que resolver a nivel político y a nivel empresario, como lo resolví yo. En lugar de hablar tanto por los diarios, que se sienten y que discutan los temas que se tienen que discutir.
—Rocca en la carta que le envió a la Presidenta escribió: “Nosotros no hacemos operaciones políticas”. ¿Eso implica que Techint acusa a Clarín de hacerlo?
—Si hay algo que no entiendo es de política. Pero sí sé que la política es el arte de lo posible. Los argentinos somos complicados, pero somos racionales. Creo que con un poco de tranquilidad podemos sacar un verdadero país adelante.
—Cuando vio a Néstor Kirchner decir por televisión su eslogan “Yo te conozco”, ¿le dio miedo?
—Primero me sorprendí. Y después me dio marketing. Porque ese “Coto, yo te conozco” me hizo famoso. ¿Se da cuenta del sentido del humor que yo tengo? Lo único que pregunté fue: ¿sigue comprando la gente? Sí, sigue comprando. Ya está. Me tocó, bueno, a otra cosa.
—Cuando los periodistas le preguntaban, se justificó diciendo: “Ustedes me quieren hacer pelear con Tyson”. ¿Tyson hoy es Cristina?
—Le voy a contar una anécdota que viene bien. A la Presidenta la he invitado al frigorífico de pollos, donde ya mi hijo hizo toda una comercialización, desde la crianza del pollo hasta el huevo, la incubación, el valor agregado y cambiar alimentos por carnes blancas. Y ha venido a nuestra empresa. Rescato eso. Y lo demás es parte, vuelvo a repetir, del arte de la política. Si me pregunta cuál es mi tendencia política: ninguna. Creo que el sentido común de los argentinos tiene que prevalecer, el diálogo tiene que prevalecer. La política tiene que ir con la política y el empresario tiene que ir con los empresarios, como corresponde.
—¿Qué le pasa cuando ve que a esos empresarios o comerciantes que se quejan y tienen algún patrimonio les envían la AFIP?
—La AFIP está para respetarla. Soy un maníaco de la administración. Todos en Coto andan con iPads. Vemos la información al minuto. Si eso se trasladara a otras áreas de administración del Estado, sería muy bueno. La AFIP es perfecta. Funciona muy bien. Tengo que reconocerlo, mal que les pese a muchos, y me incluyo. Pero si esa administración del Estado fuera para todos, yo estaría un poquito más contento. O sea que todo ese desarrollo tecnológico se vaya aplicando.
—¿No le parece criticable que se aplique sólo, o más especialmente, en aquellos que critican al Gobierno?
—No quiero ni opinar. Es meterme en un terreno político en el que no me quiero meter.
—¿En qué modificaron los hábitos de consumo de los argentinos los años 90 y hoy?
—Muchas cosas no han cambiado. Lo que ha cambiado es la variedad de productos. La globalización hizo que se comprara mercadería en un lado y se vendiera en otro. Hoy, en un supermercado, ve otras cosas. En Miami, con algún producto más o menos, va a ver lo mismo que acá. Fue un desarrollo que se fue dando y la gente se da el lujo, o el gusto, de comprar una cosa más cara o una cosa más barata, de acuerdo con su bolsillo.
—Por ejemplo, las marcas propias, ¿crecieron durante la crisis de 2002?
—A nosotros nos han crecido en la crisis y han seguido creciendo muchísimo, porque siempre hemos hecho un control de calidad muy exhaustivo en nuestras marcas.
—¿La crisis de 2009 no se notó en el consumo?
—No, el 2009 no afectó a la Argentina. Hubo como un amague de bancos a nivel mundial, pero no afectó el poder adquisitivo del argentino. Siguió en su escala, porque venía ascendente…
—Hoy los argentinos consumen la mitad de carne per cápita que hace cinco años. ¿Qué pasó?
—Era un producto barato porque se criaba a campo, el pastoreo, y ahora esas hectáreas se usan para la soja. Entonces, se achicó un poco la producción de carne, y por lógica subió un poco. Pero la producción de soja es muy importante. Si yo estuviera en el campo y pudiera elegir entre soja o animales, me inclinaría por la soja.
—¿Con políticas públicas no se podría haber logrado crecer tanto en soja como en carne?
—Sí. Creo que puede haber incentivos. La venta de soja, de maíz, de trigo se ha triplicado en esta última década. El campo se ha volcado también a lo que le deja rentabilidad, lo cual me parece racional. Y a lo mejor no se está favoreciendo un poco la ganadería, que se fue más al norte, donde ya hay que ir con un sistema feed lot y otras cosas técnicas.
—El actual enfriamiento de la economía, ¿se nota dentro de Coto de alguna manera?
—Nosotros, afortunadamente, o tenemos mejor propuesta comercial o algo está pasando, porque venimos muy bien en el consumo. Ahora, si bajó o no el consumo, no lo sé. Yo creo que no bajó.
—¿Hay alguna zona que se note más afectada o más beneficiada que otras en estos últimos diez años?
—Sí. En los lugares periféricos, evidentemente, hay más consumo. Hay más fábricas, más trabajo. Hay buenas paritarias.
—Las limitaciones a la importación, ¿impidieron a Coto vender determinados tipos de productos?
—La importación fue negociación. La negociación era que teníamos que exportar más para poder importar. Y lo fuimos haciendo, negociando, mirando qué productos se fabricaban acá. Se está protegiendo la industria argentina. Pero la industria argentina se tiene que reinventar a sí misma, tiene que poner máquinas, tiene que evolucionar también y todo eso lleva un tiempo. Estoy de acuerdo con que haya productos que hay que fabricarlos acá. Se puede. Pero también tenemos que dar un tiempo a todo eso.
—Coto creció, ofreciendo precios muy competitivos. ¿Le molesta ver que muchos argentinos de las provincias limítrofes crucen la frontera para comprar electrodomésticos más baratos que en sus locales?
—Y, sí. Son las reglas de juego y son las reglas que hay que respetar. Espero que con el tiempo eso deje de ocurrir, si es que ocurre.
—Usted es uno de los mayores empleadores de la Argentina, con más de 18 mil empleados. ¿Cómo se lleva con los sindicatos?
—Bien. Incluso, nuestro centro de distribución es el más grande de la Argentina. Ahí están la fábrica, el matadero de pollo, consumo y exportación. Por supuesto, los diálogos están cuando hay algo que no se entiende, o para saber qué podemos mejorar. A veces hay que cambiar una máquina, y para cambiar una máquina hay que convencer al sindicato. Para eso voy yo personalmente. Explico que eso lo tenemos que cambiar, pero no estamos dejando gente sin trabajo. Estamos evolucionando en el método de trabajo, que son dos cosas distintas. Hay compañías que, en relaciones humanas, van a tener que ponerse más firmes. Y del lado de los sindicatos, también van a tener que razonar un poco que al empresario también hay que ayudarlo porque somos los generadores de empleo.
—Específicamente con Cavalieri, ¿cómo se lleva?
—Personalmente, me llevo bien con todos los sindicatos. Cuando hay un problema, voy. Ese es mi trabajo.
—¿Al país le conviene una CGT o varias?
—Una CGT. Sin ninguna duda.
—¿Por quién votó en 2007 para presidente?
—Voté por Cristina. Nosotros no tenemos ni izquierda ni derecha. Me van a tener que explicar qué es izquierda, qué es derecha, qué es progresismo y qué no es progresismo, qué es peronismo. Todavía no lo sé. No me lo supieron explicar.
—¿Le gustaría que haya alternancias?
—Sí, por supuesto. Siempre tiene que haber un progresismo y tiene que haber algo más de centro.
—Y más allá de que votó por Cristina Kirchner en 2011, ¿le gustaría que en 2015 hubiera alternancia?
—Sí, me gustaría.
—Moyano siempre dice que él sólo cree en la inflación del carrito de supermercado.
—Lo podemos hacer juntos todos los meses. Es parte de nuestro trabajo. Pero con los mismos productos, que no compre uno y después otro.
—Según su sensación, ¿qué porcentaje de inflación cree que existe hoy?
—Según qué sector. Nosotros estamos construyendo cuatro emprendimientos y en la construcción está bajando el costo. Y de algunos productos está subiendo. Este cambio del dólar y todo lo demás hace que la gente mire. Los argentinos somos complicados.
—En alimentos y en los elementos fundamentales, ¿la inflación es de 24%?
—No, yo no creo.
—Usted acertó en 2005 con su pronóstico sobre 2006, ¿cuál es su predicción de inflación para 2013? ¿Estable, bajando, subiendo?
—La veo estable, controlada, tendiendo hacia la baja. La veo así en los productos y somos el fiel reflejo de lo que nos pasa (N. del R.: la fuerte desaceleración del crecimiento).
—¿Hay algo que quiera agregar?
—Que los empresarios tenemos que tomar el rol de empresarios, que no hay que aflojar. Y que estamos en un país fabuloso, donde todo crece, y sé que eso va a hacer que sea un gran país.
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